A principios de noviembre vivimos un momento poco habitual en nuestra zona: una lluvia generosa, entre cien y ciento cincuenta litros según el lugar, que cayó antes de tiempo y nos ofreció una oportunidad que llevábamos años esperando. Gracias a esta lluvia temprana, pudimos realizar nuestras primeras siembras del año antes de lo habitual y comenzar un pequeño experimento que teníamos muchas ganas de poner en marcha.
Hasta ahora habíamos sembrado en enero o febrero, pero esta vez decidimos adelantar el proceso para observar qué diferencias puede haber en la supervivencia de las plantas durante su primer verano, especialmente en las zonas de baja altitud, donde el calor llega muy pronto. Con esa intención estuvimos sembrando en Los Guájares, en una finca en Órgiva y en el Camino de los Mineros, en altitudes que van de los quinientos a los ochocientos metros.
Visitamos áreas con historias muy diferentes: algunas incendiadas hace tres años, otras hace ya cinco décadas y algunas que habían pasado por procesos de abandono agrícola antes de regenerarse. En todas ellas encontramos paisajes diversos, con arbustos vigorosos y, en muchos casos, muy poca presencia de árboles, lo que confirma la necesidad de diversificar las especies y acompañar a la naturaleza en su recuperación.
En estas zonas realizamos siembras experimentales con especies de semillas pequeñas, como aladierno, lentisco, retama, bolina, algarrobo o ciprés de Cartagena. Además, estamos probando un nuevo método de siembra para evitar errores que hemos detectado en temporadas anteriores y mejorar los resultados en el futuro.
Como siempre, el trabajo se desarrolla caminando, observando y aprendiendo, acompañadas de un equipo entregado, dispuesto a sembrar el monte y asumir las pequeñas incomodidades del camino. Cada una de estas jornadas nos ayuda a seguir afinando nuestra metodología y a entender mejor cómo colaborar con los ritmos del territorio.
